Las partículas de luz se mueren en un instante, caen lentas, desahuciadas y
oscuras. Es increíble cómo cada vez que activo el apagador aniquilo aire
luminoso, y en una centésima de segundo lo vuelvo carbón que flota. A mí y a mí, nos quedan las débiles brasas de la
media luz y media cama para estirarnos a nuestras anchas. Pero me digo al oído
que nos quedemos quietas, enconchadas tocando la almohada. Hay suficiente
espacio para acurrucarme conmigo.
Pero, ¡carajo! Se me olvida que ya no estoy. Se me olvida que hace semanas que me aburrí de mi matrimonio a la antigua, de nuestras rutinas y decidí divorciarme de mí. Y aún después de estos días sigo pensando
firmemente que no tengo por qué obedecerme ni soportar mis disgustos o luchar
en contra de mis miedos infundados. No tengo por qué escuchar mis ronquidos o
mis comentarios. No tengo para qué esperarme por las noches después de mis
borracheras, ni desvestirme, ni acostarme.
Me he mandado definitivamente al carajo, después de que la vida marital entre yo y yo, dejó de ser buena. Este divorcio nos resultó difícil sobre todo por
los hijos que engendramos. Después de todo la que parió fui yo, no yo. Yo fui
quien pujó por dar a luz. Sí, estoy de acuerdo con que yo me los dictó. Sí,
estoy de acuerdo en que yo los pensó antes que yo; pero fui yo quien los cuidó
y los alimentó. Quiero quedarme con ellos, y ni siquiera pienso pedirme pensión
alimenticia.
Y soy sincera al decir que no me importa que yo se lleve nuestros bienes, porque al fin y al cabo se reducen a noventa collares baratos y siete decenas de libros seminuevos. Pero eso sí, yo quiero los autografiados.
Lo único malo desde que me abandoné y me fui con otra más bella, es que no tenía idea de cuánto me podía extrañar. Lo malo es que no me puedo acurrucar conmigo como cada noche. Lo malo es que ya no estoy ahí para llorar conmigo. Lo malo es que ya no tengo esas largas conversaciones de café y citas literarias. Lo malo es que hace mucho que no me veo; y lo peor del caso, es que por más que he preguntado, ya nadie sabe de mí.
Mi único deseo es que si alguien me ha visto me lo diga, porque, aunque me duele aceptarlo, es bien cierto que no puedo vivir sin mí. Y me importa un pito que esto sea un despliegue indiscriminado de narcisismo, si al fin al cabo yo eres todo lo que tengo. Y si yo me voy me quedo nada más conmigo. Y bajo la premisa de que tenerme únicamente a mí nunca me ha sido suficiente, tengo urgencia de encontrarme, siquiera para darme un beso y decirme cuanto me amé, aunque nunca me lo hubiera demostrado.
Pero, ¡carajo! Se me olvida que ya no estoy. Se me olvida que hace semanas que me aburrí de mi matrimonio a la antigua, de nuestras rutinas y decidí divorciarme de mí.
Me he mandado definitivamente al carajo, después de que la vida marital entre yo y yo, dejó de ser buena.
Y soy sincera al decir que no me importa que yo se lleve nuestros bienes, porque al fin y al cabo se reducen a noventa collares baratos y siete decenas de libros seminuevos. Pero eso sí, yo quiero los autografiados.
Lo único malo desde que me abandoné y me fui con otra más bella, es que no tenía idea de cuánto me podía extrañar. Lo malo es que no me puedo acurrucar conmigo como cada noche. Lo malo es que ya no estoy ahí para llorar conmigo. Lo malo es que ya no tengo esas largas conversaciones de café y citas literarias. Lo malo es que hace mucho que no me veo; y lo peor del caso, es que por más que he preguntado, ya nadie sabe de mí.
Mi único deseo es que si alguien me ha visto me lo diga, porque, aunque me duele aceptarlo, es bien cierto que no puedo vivir sin mí. Y me importa un pito que esto sea un despliegue indiscriminado de narcisismo, si al fin al cabo yo eres todo lo que tengo. Y si yo me voy me quedo nada más conmigo. Y bajo la premisa de que tenerme únicamente a mí nunca me ha sido suficiente, tengo urgencia de encontrarme, siquiera para darme un beso y decirme cuanto me amé, aunque nunca me lo hubiera demostrado.
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