Solo el dedo índice. Solo. Para recorrerte la
boca, para colocarlo sobre tus labios y hacerte callar las preguntas. Es que
las respuestas no importan. Solo es mi índice. Es mi dedo el que se pasea por
tu espalda, el que va dibujándote veredas; el que vive para seguir los renglones
de tu boca; el que retuerce mi cabello al pensarte.
Deambulas en mis hombros, cornisas de mi
cuerpo. Delirio de tus labios, marquesinas de tu rostro.
Vives tras mi lengua que te nombra. Oración
del seseo.
Qué somos sino este manantial que no entiende de distancias. Miradas. Veneno. Amaneceres corporales. Danzar de esta dulce
ponzoña. Mi rostro sobre tu pecho. Destellos del pasado. Bailes de luz en mi
cabeza.
Te busco en los lugares en los que no te
encuentras, pero en los que invariablemente te recuerdo.
No hay dolor en mi silencio. Porque solo es
silencio. Palabras que no pueden escribirse porque lo que calla son las manos,
los ojos; esta piel que se entibia, que se endulza lentamente.
Solo es mi índice. Solo es mi dedo el que te
persigue dibujando montañas, señalando el infinito. Tu imagen en el pasado.
Mi dedo guardando silencio sobre las promesas que nos sobrevuelan, que nos
desordenan el cabello. Petirrojos de lo inevitable.
Solo es mi dedo índice. Solo.
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